La huelga nacional del día de hoy es histórica debido a varias cuestiones fundamentales. La primera es, indudablemente, su amplitud, desde la industria automotriz, el cordón industrial en Rosario, las líneas ferroviarias, el paro de Ecotrans y la UTA Córdoba, las huelgas en el subte,en la industria metalúrgica del gran Buenos Aires o en las grandes plantas gráficas.
Esta amplitud consagra una ruptura política de la clase obrera con el gobierno que pretende encarnar un frente policlasista que la debía tener como “columna vertebral”.
Ha puesto de manifiesto también una quiebra de varios aparatos burocráticos en los sindicatos, como expresión de la iniciativa de parar de numerosos cuerpos de delegados de la CGT y la CTA oficialistas (Caló, Yasky). Ha cambiado la situación política en el país y en el movimiento obrero.
El piquetazo que denigra el aliancista delaruista Abal Medina, es otro elemento significativo, porque nos devuelve a las huelgas activas, que ponen de manifiesto la conciencia y voluntad de lucha de la militancia sindical. El país y los trabajadores han dado un salto enorme hacia adelante.
La huelga tuvo un carácter incuestionablemente político, pero no el que le atribuye el gobierno, cuando lo vincula a ambiciones de la burocracia sindical que convocó. Su condición política deriva del hecho de que las reivindicaciones fundamentales de la huelga son incompatibles con la orientación del gobierno hacia el ‘ajuste’ social – impuestos al salario para pagar la deuda usuraria, impuestazos y tarifazos en provincias y en CABA.
El alcance de la huelga modifica las perspectivas políticas que derivan de la movilización del 8N, porque plantea una posibilidad de unificación del descontento de las clases populares, en oposición al intento de dar una base social a tentativas imposibles de la derecha. No es casual, por eso, que Macri rechazara la huelga y que Binner o De Narváez o Patricia Bullrich no se hicieran ver, como sí lo hicieron hace dos semanas.
Los luchadores socialistas que integramos el Frente de Izquierda nos planteamos enfrentar el desafío de encarar con audacia una situación nueva, que habíamos previsto. Esto significa iniciar de inmediato una campaña de propaganda y difusión en gran escala sobre la base de una alternativa obrera y socialista al agotamiento de la experiencia kirchnerista, que no es más que una expresión de la tendencia a la desintegración capitalista que se registra a nivel mundial.
Se desarrollan con intensidad las condiciones para fusionar al movimiento obrero con la izquierda.
JORGE ALTAMIRA
La huelga tuvo un carácter incuestionablemente político, pero no el que le atribuye el gobierno, cuando lo vincula a ambiciones de la burocracia sindical que convocó. Su condición política deriva del hecho de que las reivindicaciones fundamentales de la huelga son incompatibles con la orientación del gobierno hacia el ‘ajuste’ social – impuestos al salario para pagar la deuda usuraria, impuestazos y tarifazos en provincias y en CABA.
El alcance de la huelga modifica las perspectivas políticas que derivan de la movilización del 8N, porque plantea una posibilidad de unificación del descontento de las clases populares, en oposición al intento de dar una base social a tentativas imposibles de la derecha. No es casual, por eso, que Macri rechazara la huelga y que Binner o De Narváez o Patricia Bullrich no se hicieran ver, como sí lo hicieron hace dos semanas.
Los luchadores socialistas que integramos el Frente de Izquierda nos planteamos enfrentar el desafío de encarar con audacia una situación nueva, que habíamos previsto. Esto significa iniciar de inmediato una campaña de propaganda y difusión en gran escala sobre la base de una alternativa obrera y socialista al agotamiento de la experiencia kirchnerista, que no es más que una expresión de la tendencia a la desintegración capitalista que se registra a nivel mundial.
Se desarrollan con intensidad las condiciones para fusionar al movimiento obrero con la izquierda.